LA HERMANDAD DE PSIQUE

Ingresada por última vez, participé de una hermandad entre pacientes que derribó prejuicios y tabús. Compartir miserias pasadas, consolarnos cuando las lágrimas rebosaban del vaso de los arrepentimientos y pesares. Incluso abrazarnos y besarnos cuando el contacto humano físico constituía la única reparación.

Una noche, una chica que se autolesionaba superó el límite con un intento de suicidio. La estaban trasladando a la planta de agudos cuando la solidaridad en piña la mantuvo en su habitación.

El personal de vez en cuando trataba con condescendencia. Subestimaban a los intelectos allí reunidos, donde el que parecía más cándido era mecánico de aviones, jugador de ajedrez y cantante aficionado. Imagina un grupo de empresarios y ejecutivos, arquitectos, ingenieros, profesionales diversos y otros ejemplares inclasificables; cada uno con una pieza hubiéramos superado puzles complejos, o desafíos tales como resolver problemas reales del país.

Como siempre, el tonto se cree el más listo y alardea; por ello, el resto sí lo discrimina. En las personas calladas anidan grandes mentes que no divulgan sus problemas, precisamente para evitar el estigma, o confiesan “depresión”, que hoy día equivale vulgarmente a un resfriado.

Fuimos compañeros, “compis” que esperan no volver allí.

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