Vi por primera vez a Alejandro en el momento de su ingreso, y su aspecto era bastante lamentable. Al traspasar las puertas de la clínica, eres recibido por un doctor de guardia que te pregunta cuatro cosas. En otra parte (por ejemplo, la seguridad social), irías directamente a un box o una habitación más o menos tranquila con una cama. No es el caso de esta clínica privada: es obligatorio el paso por la oficina de Administración, para pagar una fianza de cientos de euros y firmar un contrato, no importa tu estado. En la salita de espera coincidí con él (yo iba a pagar una factura). Luego supe por qué lucía así. Esta es su historia, narrada por él mismo.
Este es el tercer ingreso de Alejandro, y el primero en un psiquiátrico privado. El motivo de todos ellos ha sido el mismo: ha querido quitarse la vida, morirse, dejar de existir, suicidarse, desvivirse (empleado ahora eufemísticamente para evitar la censura en las redes).
Alejandro (Madrid, 50 años) es músico profesional. Explica que la profesión es inestable. Piensa que no ha sabido manejar la inseguridad laboral, que hubiera dominado mejor el trabajo, al menos de forma más ordenada, de haber tenido mejor salud mental. «Las situaciones de estrés emocional te pueden llevar a malos hábitos como el consumo (moderado) de drogas, además del abandono de la salud física: no hacer deporte, trasnochar».
¿Qué se siente en depresión?
Responde con otra pregunta.
¿Recuerdas la película «La historia interminable»?
Empieza a disertar: la Nada, que es un elemento de La historia interminable, es el vacío absoluto, pero lo acapara todo. Es la negación de la vida. Es el síntoma de un ego enfermo. La desaparición de la esperanza, la muerte en vida.
Su detonante fue EXISTENCIAL: no quiero existir en este EGO ENFERMO en el que me he convertido.
En la Nada podía trabajar, pero seguía siendo Nada. Si trabajaba, el sufrimiento descendía al fijar su atención en otra cosa. Dejó de trabajar tres meses en depresión.
Le pregunto si su música transmitía algo en esos momentos. Él responde que no lo cree, con una excepción: cuando participaba en alguna improvisación de jazz. Al crear música en vivo le aparecía un fogonazo de luz, pero era una sensación fugaz, se iba al momento. «La improvisación te hace sentir vivo, se iba el dolor, pero no era euforia». Con los trabajos más mecánicos bajaba un poco el dolor, pero seguía ahí.
Su depresión fue exógena, debida a múltiples factores. Alejandro analiza improvisada pero sistemáticamente los más importantes:
1) Los malos hábitos, en especial la droga como autodestrucción.
2) No cuidar la higiene mental.
3) Una personalidad poco firme, donde ha fallado a veces por querer agradar a todo el mundo. Su autocrítica es dura: no ha sabido decir que no, poner límites a ciertas actitudes o personas.
Esto le creó un cóctel explosivo en la cabeza, donde la fragilidad dominante se vio convertida en depresión profunda mediante detonantes tales como el estrés laboral, elegir mal a los compañeros de piso… Con tal sufrimiento, reducir el malestar ingiriendo alcohol fue el ingrediente definitivo.
«El trabajo de músico profesional es demasiado exigente socialmente. Se conoce y trata a muchísima gente. Esto conlleva lo bueno pero también riesgos si no lo sabes manejar. Si no llevas una vida ordenada, al contrario vas de copas y cocaína… te caes con todo el equipo».
¿Cómo se pasa de la depresión al intento de suicidio?
Alejandro se pone muy serio: «cuando la Nada lleva tanto tiempo instalada en tu vida, quieres acabar con esa posesión, con algo que es ajeno pero está dentro de ti. Cuando tu mente está tan agotada y nada funciona, la salida es la aniquilación. No podía aguantar más. Si no puedes acabar con «el bicho», con la Nada, acaba con el bicho, con la Nada. Es como si el mayor enemigo, ese ego enfermizo, fueras tú. Acabas con ese ego, le rebanas el pescuezo, y como daño colateral mueres tú».
Primer intento de suicidio: hace un año tomó pastillas. Llamó al 112 e ingresó voluntariamente.
Segundo intento: tomó pastillas. No pidió ayuda, un familiar lo encontró en la cama inconsciente.
La depresión se lo comía vivo, su ego enfermo lo devoraba.
Tercer intento: se hizo heridas con un cuchillo en el cuello y brazos, perdió mucha sangre. Me enseña unas cicatrices espantosas y da gracias porque puede seguir tocando.
Cuarto intento: completamente deprimido, ayunó tres días y urdió un plan. De esto hace dos semanas.
La familia y amigos de Alejandro eran ajenos a su estado de gravedad, consiguió disimular su depresión de tal forma que no vieron venir lo inevitable.
CUARTO SUICIDIO: LA MOCHILA DEL TERROR
Nota de Carne de Psiquiatra: tras la entrevista, Alejandro contó la historia del cuarto suicidio, el que le llevó a la clínica, a otros pacientes en forma de monólogo cómico. Me resistía a publicarla, me decía ¡pero este tema es demasiado serio! Concluí que hay un componente muy sano en reírse de uno mismo y de los sinsentidos que podemos llegar a pensar y hacer en esos estados alterados de conciencia llamados depresión profunda con ideas de autólisis o suicidio. Son delirios para cualquiera, pero muy reales para los que hemos estado ahí.
Azufre – Cuerda de tender – 100 pastillas – 1,5 gr de Ketamina – 1 cuchillo – 8 latas de cerveza
Era el plan definitivo de la A a la Z. Quería ahogarse. Si no funcionaba, rajarse la femoral y desangrarse. Si nada de esto servía, las pastillas y ketamina. La última opción era ahorcarse. Las cervezas eran para sus últimos placeres.
Se fue con la «mochila del terror» o «kit de Dora la exploradora» a la Casa de Campo, un gran espacio verde de Madrid. Descartó empezar por el azufre, no lo vio claro. Entonces apareció la ketamina, que es un potente alucinógeno, y paradójicamente esa droga le salvó porque con tal colocón era incapaz de manejar el cuchillo, de forma que cuando quiso ahogarse no cayó en un lago sino en un charco ¡despertó con la cara llena de barro!
Una vez recuperó el conocimiento, consciente del fracaso (¿se encogió de hombros y «se fue a currar»?) se dispuso a ir al trabajo. Alejandro calculó que habían pasado unas ocho horas, pero estaba muy equivocado. La policía lo detuvo al reconocerle, pues llevaban su fotografía. Su familia llevaba buscándole DOS DÍAS (no ocho horas desaparecido), ya lo daban por muerto. No podía volver al trabajo porque éste ya había finalizado. Lo llevaron a la clínica tal cual lo encontraron.
Alejandro no se arrepiente de sus intentos de suicidio, porque lo han llevado hasta esta clínica. Ha sobrevivido y ahora tiene esperanza. Se encuentra mejor. «Ha empezado el principio del fin de la Nada». Tiene multitud de proyectos profesionales y personales, transmite buen rollo y empatía. Dice que tiene ganas de trabajar pero tomando más precauciones. Cuenta con el apoyo incondicional de sus amigos y colegas de profesión que le han visitado estos días. Su deseo firme es curarse y no volver a ingresar jamás en ninguna otra parte.
Opina que es injusta la diferencia de trato en una clínica privada respecto a la sanidad pública («allí te quieres morir, sólo puedes ir a peor»). Le parece vergonzoso que cuidar adecuadamente de tu salud mental dependa del dinero.
Nota de Carne de Psiquiatra: ¡perdí tanto la noción del tiempo en el ingreso! Sé que esta entrevista se hizo un jueves por la mañana, sin más detalles. Unos días después del alta le pregunté por su ego enfermo. Afirmó que su ego enfermo se ha disuelto. Además, ha de dejar de llamarse enfermo, si su ego está mal es por una razón interna y es parte de él. Se acepta, ha sanado.
La frase de Alejandro para los lectores:
MÁS FILOSOFÍA Y MENOS PASTILLAS